29 junio 2006

Cuando se necesita la belleza



La belleza siempre es necesaria.
Pero me pasa a veces que encuentro ocasiones en la que me es más necesaria que nunca. En momentos de profundo gris, de desazón y desamparo, la belleza y el arte nos salvan.
Hace tiempo tengo guardado este cuadro de Van Gogh, "Almendro". Hoy llegó el momento en que decidí sacarlo del virtual arcón, para imprimir algo de belleza a este día.
Yo no soy una gran entendida en arte, a pesar de haberme aproximado a su estudio, a su historia, en la universidad, en los libros de arte de mi abuela que tanto me gustaba hojear de chica, incrustada en un sillón enorme, de funda muy florida.
Prefiero sentir el arte a entenderlo.
Sin embargo haré una breve referencia al tema de este cuadro tan bello:
Hacia mediados del 1800 lo japonés se puso en boga en las artes y los estilos de vida europeos. Muchos europeos coleccionaban estampas japonesas y en la Exposición Universal de 1867 hubo una sala dedicada al arte japonés.
La pintura tenía una temática similar a la Impresionista, con escenas cotidianas, jardines, árboles en flor, paseos en barca...
Al contrario que los Impresionistas, que rechazaban el color negro, la pintura japonesa lo utiliza, así como colores planos, sin sombras y con contornos definidos. Desde muy antiguo conocían los efectos de los contrastes de colores. Carecían de perspectiva lineal, consiguiendo el efecto de profundidad con cambios acentuados de tamaño.
Van Gogh adoptó los colores planos del arte japonés, se despreocupó de la perspectiva geométrica (nunca la dominó), y utiliza el color negro del que nunca había renegado.
Como señala José Navarro (pueden acceder al artículo completo haciendo click en el vínculo destacado abajo):
"Vincent estuvo muy influido por el pintor japonés Hirosige, aunque no adoptó los colores suaves de éste, sino que empleaba fuertes contrastes, interpretando el arte japonés, como tantas otras cosas, a su manera."
"Los hermanos Van Gogh llegaron a tener una amplia colección de xilografías japonesas.
Van Gogh idealizó el mundo japonés, encontrando en ello una evasión de las costumbres y hábitos cínicos e inhumanos de la civilización occidental. Veía a Japón como un lugar idílico, donde existía la libertad, la inocencia salvaje (Gauguin buscaría lo mismo en las islas del Pacífico) y, en conjunto, como un mundo esperanzador.
El arte japonés vino a apoyar su independencia del arte académico oficial, y su inclinación hacia él fue tan fuerte que llegaría a pintarse en Arlés en un autorretrato como monje budista con rasgos faciales orientalizados. Es difícil saber cuánto influyó en él el Impresionismo, el Neoimpresionismo y el Arte Japonés, ni qué influyó más, pero entre todos contribuyeron a perfeccionar su formación y a cambiar radicalmente su pintura."
"De su etapa anterior le queda el realismo, su costumbre de pintar al aire libre, su amor por la naturaleza y por la gente humilde, así como su interés por las cosas aparentemente insignificantes."
Tan insignificantes pueden parecer unas ramitas de almendro en flor.
Y sin embargo son tan significativas para mi necesidad imperiosa de belleza, hoy...
Me despido por ahora.
Los dejo con la belleza.
Para saber más

Salmo T. de "El cementerio marino"


"El más escéptico de todos
es el Tiempo,
que con los Nos hace Sis
y con el odio amor
y al contrario.
Y si el río no remonta su fuente,
y si la manzana caída no salta
y se reúne a su rama
es porque te falta paciencia para creerlo. "

Paul Valéry

27 junio 2006

Esos títulos de los diarios... Hoy: los súper-chinos



A propósito del conflicto (ya finiquitado, por suerte) entre los supermercadistas chinos y el gremio de los camioneros, el Clarín de hoy titula en su edición impresa:

"Acuerdo entre los súperchinos y camioneros".
Francamente, al ver de refilón la tapa del diario esta mañana en la calle, en lo que menos pensé fue en "supermercados" chinos... Con semejante título y algo de imaginación me figuré, en cambio, toda una galería de superhéroes impresionantes, incluyendo a nuestro Super K, y su "gran salto adelante" en la relación con Oriente...
¡Qué bueno que ahola puedo volvel a pedil "delive-lee"!

21 junio 2006

Pero... ¿hace falta?


EQUIPARÁN CON INTERNET WIFI A ISCHIGUALASTO
Cada vez más diversos, la cantidad de puntos con acceso a Internet WiFi en Argentina siguen incrementándose. El gobernador de San Juan, José Luis Gioja, logró un acuerdo con la empresa Telefónica de Argentina y por ello el Parque Ischigualasto, Patrimonio Natural de la Humanidad por la UNESCO, contará con una antena satelital para que los turistas que recorran el lugar turístico, puedan acceder a la Red de manera inalámbrica. Además, instalarán una webcam a la entrada del Parque que permitirá ver a través de Internet el movimiento que hay en el lugar de ingreso, el estado del tiempo, la cantidad de turistas, etc. La inversión que hizo Telefónica de Argentina para brindar este nuevo servicio fue de 8.000 dólares y tendrá un costo operativo mensual de 500 dólares, que también estará a cargo de la empresa.
Más info aquí

A ver, que no quiero que después de este posteo me tachen de australopithecus.
Entiendo que es trascendental el hecho de comunicar al parque (al personal a cargo, a investigadores, a personas con emergencias, etc)
Lo que no comparto del todo es esa hiper-imperiosa necesidad de estar híper-comunicados y conectados al mundo virtual visible en pantallas de 14 ó 17 pulgadas cuando se está rodeado de paisajes de increíble e inconmensurable realidad y belleza.
Otra vez, viene a mi memoria la "Primera carta" de La Resistencia, de Sábato:
"Porque a medida que nos relacionamos de manera abstracta más nos alejamos del corazón de las cosas y una indiferencia metafísica se adueña de nosotros mientras toman poder entidades sin sangre ni nombres propios. Trágicamente, el hombre está perdiendo el diálogo con los demás y el reconocimiento del mundo que lo rodea, siendo que es allí donde se dan el encuentro, la posibilidad del amor, los gestos supremos de la vida. Las palabras de la mesa, incluso las discusiones o los enojos, parecen ya reemplazadas por la visión hipnótica. La televisión nos tantaliza, quedamos como prendados de ella. Este efecto entre mágico y maléfico es obra, creo, del exceso de la luz que con su intensidad nos toma. No puedo menos que recordar ese mismo efecto que produce en los insectos, y aun en los grandes animales. Y entonces, no sólo nos cuesta abandonarla, sino que también perdemos la capacidad para mirar y ver lo cotidiano. Una calle con enormes tipas, unos ojos candorosos en la cara de una mujer vieja, las nubes de un atardecer. La floración del aromo en pleno invierno no llama la atención a quienes no llegan ni a gozar de los jacarandáes en Buenos Aires. Muchas veces me ha sorprendido cómo vemos mejor los paisajes en las películas que en la realidad. (...)
Al ser humano se le están cerrando los sentidos, cada vez requiere más intensidad, como los sordos. No vemos lo que no tiene la iluminación de la pantalla, ni oímos lo que no llega a nosotros cargado de decibeles, ni olemos perfumes. Ya ni las flores los tienen."

20 junio 2006

Vivienda porteña...

Esta mañana venía por la calle Sarmiento y desde la vereda de enfrente ví el local del IVC (Instituto de Vivienda de la Ciudad de Buenos Aires).
Muchas veces, viniendo para el trabajo, he visto filas de gente allí. Sabía que daban buenos créditos (sólo piden un 15% del valor de la vivienda en concepto de ahorro previo o seña, en lugar del 30% que suelen pedir los bancos).
Crucé para leer los carteles más de cerca.
En la puerta, varios letreros anuncian: "No quedan más unidades." "La oficina permanecerá cerrada hasta nuevos emprendimientos."
Otro cartel de mayores dimensiones detallaba información sobre los requisitos y porcentajes de financiación.
Mientras leía rápidamente, pues debía llegar a mi trabajo, tuve que cuidarme de no pisar un atado de sábanas, trapos y cartones que estaban en un rincón, puede decirse que "acomodados prolijamente".
Crucé de nuevo la calle.
Pensé en la paradoja de la imagen.
Esos cartones y trapos evidentemente son la "vivienda porteña" de alguien.
La precaria vivienda o "morienda" porteña de alguien que no entiende de tasas de interés a 5 ni a 20 años.
Más información: Vivienda Porteña
Imagen: Brenda Patterson- "Homeless in NYC" Clay Sculpture, Painting, and Computer Art

18 junio 2006

Ausencia de posteos...

Ausencia de posteos. Explicación: estoy por rendir los últimos exámenes del cuatrimestre.
Ya me liberé del viejo Marx, pero sigo en la brecha con Emile Durkheim, otro de los "founding fathers" de la sociología.
Aquí ando, algo abrumada por las lecturas, a los cuetes y un poco en diagonal, de "El Suicidio", "La división del trabajo social", "Las reglas del método sociológico" y otras criaturitas de Emile.
Y como le hace decir Susan Sontag a su personaje de la novela "El benefactor", en momentos como éste, siento que cada vez "pienso más y sé menos."
Lo cierto es que si bien he de ser sincera y admitir que Durkheim me aburre un poco, también debo ser justa y reconocer que entre las toneladas de conceptos me he encontrado alguna "perlita". Aquí va la primera:
En "Lecciones de Sociología" (para más precisión, la Lección Novena, sobre "Moral Cívica"), Durkheim discurre sobre un aspecto contradictorio de los Estados modernos a los que él atribuye "formas desviadas" de la democracia, puesto que la masa, dueña de representaciones oscuras y una conciencia difusa (opuesta a una ideal "conciencia clara estatal") es la que hace la ley. El mal radica en un contacto directo entre el Estado y los individuos, sin la deseable (para Durkheim) presencia de grupos secundarios que medien en la relación "Estado-Individuo". La consecuencia de dicha ausencia de cuerpos intermedios bien constituidos es el debilitamiento del lazo social y, sobre todo, un Estado debilitado que necesariamente por ser una fuerza colectiva menor que el conjunto de los ciudadanos (mayores en número) se encuentra "a remolque" de éstos.
Parece que Durkheim considera entonces que el Estado pasa a quedar a merced de "los sentimientos oscuros de la multitud" (es dependiente) y a la vez, "los poderosos medios de acción de que dispone, hacen que sea susceptible de oprimir pesadamente a estos mismos individuos de los cuales es, además, su servidor."
Es en este punto donde los cuerpos intermedios o cuadros secundarios cumplirían una doble función: liberar a la vez al individuo del Estado y al Estado del individuo. De modo que se cumpla la máxima durkheimiana: la sociedad (en este caso "política") no oprime al individuo sino que lo humaniza. No tiene finalidad de disminuirlo sino de engrandecerlo, no reprimirlo sino humanizarlo. "La libertad (aunque suene paradójico) es producto de una reglamentación y es impuesta por un orden moral superior." (En Durkheim, lo moral equivale a lo social). Esta coerción social no excluye a la personalidad individual, sino que constituye una condición para su existencia. Es instancia humanizadora del individuo.
Durkheim deplora las formas desviadas de la democracia en las que el Estado no es más que el "censo" de ideas mayoritarias (lo que sería más propio de sociedades primitivas que de sociedades complejas y desarrolladas). El individuo y la masa, como agregado de individuos, gobiernan la vida política. El Estado no constituye una cnociencia clara separada de las corrientes difusas y el espectáculo de la vida política ofrece, visto desde afuera, en la superficie, la imagen de una movilidad excesiva, con cambios que se dan con gran rapidez. La multitud de individuos ordena la marcha y los cambios superficiales recubren una inmovilidad rutinaria.
No es necesario coincidir hasta aquí exactamente con Durkheim. Pero lo que viene es lo bueno:
"Como todos estos cambios superficiales se hacen en sentidos divergentes, se anulan entre sí; no queda nada de ellos, salvo la fatiga y el agotamiento que caracterizan estas variaciones sin término. Por consiguiente, los hábitos fuertemente constituidos, las rutinas que no son alcanzadas por los cambios, tienen tanto mayor imperio sobre la situación. Sólo ellas son eficaces. Su fuerza proviene del exceso de fluidez del resto. Y no se sabe en realidad si es necesario quejarse o felicitarse, pues hay siempre un poco de organización que se mantiene, un poco de estabilidad (...) A pesar de todos sus defectos, es muy posible que la máquina administrativa nos preste, en este momento, servicios muy preciosos."
Entre párrafos y párrafos, este me llamó poderosamente la atención desde que no sólo explica la agitación inconducente de muchos países o sociedades, sino que también aplica exactamente a las vacilaciones y el frenesí en los que caemos las personas en nuestras vidas individuales, sin lograr nada concreto.
En lo personal, he sentido muchas veces en carne propia este cansancio de las "vacilaciones sin término" y cuántas veces resulta que uno es altamente ineficaz para lograr cambios verdaderamente profundos en su vida o sus condiciones de existencia, sólo logrando una fatiga crónica que no hace más que perpetuar la existencia en la misma estructura de la que tanto nos quejamos. Y encima, como no damos finalmente el paso para la verdadera "revolución personal", permanecemos en el cómodo pliegue de realidad dada. Ese quilombo reificado en el que vivimos y el que, no por malo, deja de ser funcional a nuestra infinita capacidad de queja, autoconmiseración y justificación en lo mediocre. Mientras tanto, claro, seguimos agotándonos en la agitación.
No sé si Durkheim hubiese aprobado mi disgresión a partir de su párrafo. Pero a mí me ha servido para impulsar estos pensamientos.
Termino con una frase de la citada Sontag: "Es más fácil tolerar, que cambiar".
Cuántas veces, en contra de nuestros verdaderos intereses y deseable bien, nos tranquilizamos y buscamos justificativos para seguir en la cómoda indeterminación. Esa incapacidad que lejos de conducirnos a ninguna revolución general de sentimientos o sus consecuentes cambios de modo de vida, nos deja adormilados o en el mejor de los casos, perplejos, en una "dislocación de conciencia difícil de diagnosticar" (otra vez Sontag), y que sólo trae queja metódica.




08 junio 2006

Anochecer de un día común (ayer)


Llegué a casa. Son las ocho... escucho a Vox Dei:
"... y que de barro son mis pies
soy un ídolo vencido.
Mírame.
Mírame. Soy sólo un hombre..."

Vengo de un raid que comenzó a la salida del laburo y siguió, caminando por Avenida de Mayo rumbo al Congreso. Por ahí cerca debía hacer un trámite.
Acompañé antes a Mariana hasta la boca del Subte. Camino a ahí nos cuidamos mucho de no pisar las hojas y las -escasas- flores de los palos borrachos de la Plazoleta Roberto Arlt que, unidos a la humedad impresionante que mojó las veredas, podían ser causal de patinadas indeseadas.
Nos despedimos riéndonos por un chiste que nos hicimos mutuamente. Ella bajó las escaleras de la estación "Piedras" del subte A. Yo seguí arriba, por Avenida de Mayo, caminando raudamente porque debía estar en Congreso antes de las siete.
Miré, siempre a paso firme y sostenido, el Palacio Barolo. Miré los faroles hermosos que hay a lo largo de la Avenida. Iba, mientras tanto, relojeando a lo lejos, la cúpula iluminada del Congreso. Ví a una chica de la guardia urbana. Crucé la 9 de Julio en tres cuotas. Seguí entre casas de fotos, bazares, lencerías, hoteles, restaurantes españoles, carteles, teatros, puestos de diarios, más faroles hermosos y gente, gente, gente...
Cada tanto miraba el piso sólo para comprobar que estaba tan húmedo y peligroso como antes.
Crucé la Plaza de los Dos Congresos. Sorteé a una señora y la que supuse sería su madre. Caminaban despacito:
"_ 'X' se compró un departamento..."
"_ Y tienen derecho. Es gente trabajadora..."

Seguí por la vereda del Congreso que da a Rivadavia. Me dio una humedad en el alma mirar la Confitería del Molino.
Me regalaron un aire de misterio las bellas cariátides del Congreso.
Me dieron ganas de llegar de una vez a la oficina que era mi destino.
Me dio, finalmente, calor. Por la caminata, por la humedad, por todo.
Hice lo que debía hacer (el trámite). Y lo hice pronto.
A la vuelta tomé un colectivo sobre Avenida Entre Ríos (Callao en potencia).
"_ 80, por favor"
(Hay un asiento atrás. ¡Rápido! a sentarme antes que alguien me lo "pille", como dicen los salteños de la oficina donde trabajo.)
"_ Permiso, por favor. Gracias."
Ventanilla. Consecuente ventanilleo en la Avenida Callao (ya en acto). Y el colectivo avanza.
En eso, en lugar de seguir por Callao, vira por Tucumán. El hombre del asiento de al lado se levanta como un resorte. Le pregunta algo al colectivero (Seguramente por el cambio imprevisto en el recorrido -pienso yo- como siempre tan "perspicaz".) Y luego, el inevitable:
"_ Pero tenés que avisar, viejo."
"_ (Contestación inentendible o inaudible del chofer)"
Se baja el hombre, ya a esta altura enajenado, y aprovechan a bajarse media docena de personas adicionales. Estas últimas sin improperios en la boca.
El colectivo dobla por Uriburu como para retomar su cauce original. Luego pasamos cerca de la universidad (pero hoy no tengo clases). Al cruzar a un lado de la Plaza Houssay, GRAN-TRABAZÓN-GRAN.
Alcanzo a ver a un grupúsculo cruzando la plaza con pancartas rojas arrolladas, entre las luces rojas de los autos, el piso mojado, los árboles callados y severos, la oscuridad de la plaza, la silueta de la iglesia minúscula que está en el medio, los incansables cartoneros, la humedad, el cielo "raro... como encendido", los adustos-cuasi-soviéticos edificios de las facultades...
Algo me recuerda al cuadro "El entierro de la Sardina" de Goya. Otras porciones de la escena tienen reminiscencias de "El carro de heno" del Bosco (especialmente el pedacito que ilustra la portada de "Abaddón, el exterminador" en la edición de Seix Barral. El paño derecho, según la perspectiva del espectador, del tríptico en el que se incendia un edificio.)
Sigue el recorrido del colectivo. Más adelante, sube un hombre que me recuerda a Michel Foucault, pero a un Foucault mezclado con alguien más y no atino a adivinar con quién.
Todo llega, también mi parada.
Bajo. Cruzo.
Paso por un puesterío que me encanta, en donde venden fruta, carne, flores y plantas. Una violeta de los alpes me hizo ojitos. Trato de ignorarla y seguir caminando, pero no puedo. Vuelvo sobre mis pasos.
"_¿Vos sos de acá?" (a uno que estaba en la puerta, al lado de las plantas)
"_¿Qué necesitás?"
"_ Quería consultar por las plantas."
"_ Ah... Es con la chica de allá adentro."
(A la chica-de-allá-adentro) "_¿Qué precio tienen las violetas de los alpes?"
"_$ 6.- "
"_No, esas no. Aquéllas de flores más chiquitas."
"_¡Ah! Son cyclaminas. $ 8.-"
"_¿Y esas otras?"
"_Cyclamen, más grandes. $ 8.- también. Y me quedan unas de $ 5.-"
"_¿A ver las de $ 5.-?" (qué tacaña soy a veces)
(Eran feítas las pobres. Con razón el precio. Pienso: Y bueno, la belleza cuesta.)
"_Dame esta." (me decanto)
"_¿Cuál?"
"_La fucsia, de bordecitos blancos. ¿Tenés un plato?"
"_Sí. $ 1,50 más."
"_Bueno, dale."
"_Mirá que el platito nunca debe tener agua. Regala dos veces por semana. Y que nunca quede agua en el plato."
"_Listo."
Le tiendo un "Belgrano" (billete de $ 10.- ) y me voy, feliz con mi "cyclamen" envuelta en dos bolsas de polietileno a falta de una.
Está el portero. Me abre. Qué suerte...
Y aquí estoy, con mi planta mudo testigo de este tonto ejercicio de escritura. Muy oronda, ella, en el centro de la mesa y escuchando ahora conmigo a Jacques Brel ("Ne me quitte pas", chanson que siempre me fascinó, desde que la escuchaba hace años en una publicidad de Colbert y nada sabía de su autor o cantante...)
Por último, la explicación acerca de la ilustración de este posteo.
Aprovechando las bolsas que transportaron a mi cyclamen en su -breve- viaje a casa, llevé a cabo un conato de orden en la mesa que debía albergarla.
Encontré la impresión en borrador del texto de Barthes que posteé anteriormente. Papel muy maltrecho, impreso en hoja "reciclada" (de un lado Barthes, del otro una hoja de tarifario descartada). Estamos haciendo economías en la oficina. Y hay que agradecer que las hojas tienen solo dos caras, de otro modo nos harían imprimir en una tercera faz, para gastar menos.
Rompí esta hoja en varios pedazos y, curioso ritual, antes de tirarlos a todos de una vez en las bolsas, fui mirándolos, como despidiéndolos, de a uno.
Mientras tanto iba mirando, buscando el pedazo que contuviera la última palabra: "arder".
No lo encontré. Misterio.
Tenía los trozos de papel abollados en mi mano izquierda. Los estiré, una vez más, uno a uno.
Nuevo control. Uno a uno, descartándolos en las bolsas si no contenían la palabra mágica.
Tres raídos pedacitos antes del último, apareció el preciado fragmento. Le dibujé unas formas vegetales al lado. Comprobarán que no soy ninguna artista.
Y ésa es la historia.
Y por eso, en este blog que hace un culto de las palabras, hoy son más palabras las que lo ilustran: deseos ... acepto ... firmo ... azar ... exitoso ... enfrentado ... vencido ...
... viabilidad ... arder ... soy ...
¿No son bellas estas palabras? Por eso fueron rescatadas de la basura.

Finalle en el grabador: "Jeanne y Paul" y "Un día de paz" de Piazzolla. Me hacen acordar a Corrientes y Callao. No sé por qué.

Me gusta esa esquina...

01 junio 2006

Barthes: Sobre el éxito, el fracaso y qué es lo que nos anima.

Tengo este texto guardado hace tiempo. No sé qué me dio por releerlo. Y advertí, no sin sorpresa, cuánto se relaciona con lo que tratamos (sobre todo en los comentarios) en posteos anteriores.
FRAGMENTOS DE UN DISCURSO AMOROSO

AFIRMACIÓN. Contra viento y marea, el sujeto afirma al amor como valor.
A despecho de las dificultades de mi historia, a pesar de las desazones, de las deudas, de las desesperaciones, a pesar de las ganas de salir de ella, no dejo de afirmar en mí mismo al amor como valor. Todos los argumentos que los sistemas más diversos emplean para demitificar, limitar, desdibujar, en suma depreciar al amor, yo los escucho, pero me obstino: “Lo sé perfectamente, pero a pesar de todo...”. Remito las devaluaciones del amor a una suerte de moral oscurantista, a un realismo-farsa, contra los cuales levanto lo real del valor: opongo a “todo lo que no va” en el amor, la afirmación de lo que en él vale. Esta testarudez es la protesta de amor: bajo el coro de las “buenas razones” para amar de otro modo, para amar mejor, para amar sin estar enamorado, etc., se hace oír una voz terca que dura un poco más de tiempo: la voz de lo Intratable amoroso.
El mundo somete toda empresa a una alternativa: la del éxito o el fracaso, la de la victoria o la derrota. Protesto desde otra lógica: soy a la vez y contradictoriamente feliz e infeliz: “triunfar” o “fracasar” no tienen para mí más que sentidos contingentes, pasajeros (lo que no impide que mis penas y mis deseos sean violentos); lo que me anima, sorda y obstinadamente, no es táctico: acepto y firmo, desde fuera de lo verdadero y de lo falso, desde fuera de lo exitoso y de lo fracasado; estoy exento de toda finalidad, vivo de acuerdo con el azar (lo prueba que las figuras de mi discurso me vienen como golpes de dados). Enfrentado con la aventura (lo que me ocurre), no salgo de ella ni vencedor ni vencido: soy trágico.
(Se me dice: ese tipo de amor no es viable. Pero ¿cómo evaluar la viabilidad? ¿Por qué lo que es viable es un Bien? ¿Por qué durar es mejor que arder?)


Roland Barthes