18 junio 2006

Ausencia de posteos...

Ausencia de posteos. Explicación: estoy por rendir los últimos exámenes del cuatrimestre.
Ya me liberé del viejo Marx, pero sigo en la brecha con Emile Durkheim, otro de los "founding fathers" de la sociología.
Aquí ando, algo abrumada por las lecturas, a los cuetes y un poco en diagonal, de "El Suicidio", "La división del trabajo social", "Las reglas del método sociológico" y otras criaturitas de Emile.
Y como le hace decir Susan Sontag a su personaje de la novela "El benefactor", en momentos como éste, siento que cada vez "pienso más y sé menos."
Lo cierto es que si bien he de ser sincera y admitir que Durkheim me aburre un poco, también debo ser justa y reconocer que entre las toneladas de conceptos me he encontrado alguna "perlita". Aquí va la primera:
En "Lecciones de Sociología" (para más precisión, la Lección Novena, sobre "Moral Cívica"), Durkheim discurre sobre un aspecto contradictorio de los Estados modernos a los que él atribuye "formas desviadas" de la democracia, puesto que la masa, dueña de representaciones oscuras y una conciencia difusa (opuesta a una ideal "conciencia clara estatal") es la que hace la ley. El mal radica en un contacto directo entre el Estado y los individuos, sin la deseable (para Durkheim) presencia de grupos secundarios que medien en la relación "Estado-Individuo". La consecuencia de dicha ausencia de cuerpos intermedios bien constituidos es el debilitamiento del lazo social y, sobre todo, un Estado debilitado que necesariamente por ser una fuerza colectiva menor que el conjunto de los ciudadanos (mayores en número) se encuentra "a remolque" de éstos.
Parece que Durkheim considera entonces que el Estado pasa a quedar a merced de "los sentimientos oscuros de la multitud" (es dependiente) y a la vez, "los poderosos medios de acción de que dispone, hacen que sea susceptible de oprimir pesadamente a estos mismos individuos de los cuales es, además, su servidor."
Es en este punto donde los cuerpos intermedios o cuadros secundarios cumplirían una doble función: liberar a la vez al individuo del Estado y al Estado del individuo. De modo que se cumpla la máxima durkheimiana: la sociedad (en este caso "política") no oprime al individuo sino que lo humaniza. No tiene finalidad de disminuirlo sino de engrandecerlo, no reprimirlo sino humanizarlo. "La libertad (aunque suene paradójico) es producto de una reglamentación y es impuesta por un orden moral superior." (En Durkheim, lo moral equivale a lo social). Esta coerción social no excluye a la personalidad individual, sino que constituye una condición para su existencia. Es instancia humanizadora del individuo.
Durkheim deplora las formas desviadas de la democracia en las que el Estado no es más que el "censo" de ideas mayoritarias (lo que sería más propio de sociedades primitivas que de sociedades complejas y desarrolladas). El individuo y la masa, como agregado de individuos, gobiernan la vida política. El Estado no constituye una cnociencia clara separada de las corrientes difusas y el espectáculo de la vida política ofrece, visto desde afuera, en la superficie, la imagen de una movilidad excesiva, con cambios que se dan con gran rapidez. La multitud de individuos ordena la marcha y los cambios superficiales recubren una inmovilidad rutinaria.
No es necesario coincidir hasta aquí exactamente con Durkheim. Pero lo que viene es lo bueno:
"Como todos estos cambios superficiales se hacen en sentidos divergentes, se anulan entre sí; no queda nada de ellos, salvo la fatiga y el agotamiento que caracterizan estas variaciones sin término. Por consiguiente, los hábitos fuertemente constituidos, las rutinas que no son alcanzadas por los cambios, tienen tanto mayor imperio sobre la situación. Sólo ellas son eficaces. Su fuerza proviene del exceso de fluidez del resto. Y no se sabe en realidad si es necesario quejarse o felicitarse, pues hay siempre un poco de organización que se mantiene, un poco de estabilidad (...) A pesar de todos sus defectos, es muy posible que la máquina administrativa nos preste, en este momento, servicios muy preciosos."
Entre párrafos y párrafos, este me llamó poderosamente la atención desde que no sólo explica la agitación inconducente de muchos países o sociedades, sino que también aplica exactamente a las vacilaciones y el frenesí en los que caemos las personas en nuestras vidas individuales, sin lograr nada concreto.
En lo personal, he sentido muchas veces en carne propia este cansancio de las "vacilaciones sin término" y cuántas veces resulta que uno es altamente ineficaz para lograr cambios verdaderamente profundos en su vida o sus condiciones de existencia, sólo logrando una fatiga crónica que no hace más que perpetuar la existencia en la misma estructura de la que tanto nos quejamos. Y encima, como no damos finalmente el paso para la verdadera "revolución personal", permanecemos en el cómodo pliegue de realidad dada. Ese quilombo reificado en el que vivimos y el que, no por malo, deja de ser funcional a nuestra infinita capacidad de queja, autoconmiseración y justificación en lo mediocre. Mientras tanto, claro, seguimos agotándonos en la agitación.
No sé si Durkheim hubiese aprobado mi disgresión a partir de su párrafo. Pero a mí me ha servido para impulsar estos pensamientos.
Termino con una frase de la citada Sontag: "Es más fácil tolerar, que cambiar".
Cuántas veces, en contra de nuestros verdaderos intereses y deseable bien, nos tranquilizamos y buscamos justificativos para seguir en la cómoda indeterminación. Esa incapacidad que lejos de conducirnos a ninguna revolución general de sentimientos o sus consecuentes cambios de modo de vida, nos deja adormilados o en el mejor de los casos, perplejos, en una "dislocación de conciencia difícil de diagnosticar" (otra vez Sontag), y que sólo trae queja metódica.