26 mayo 2006

El yo y el nosotros, frente a los no lugares y la objetualidad...


Hace un tiempo escribí acerca de la teoría de los No-lugares del antropólogo francés Marc Augé.
No-lugares sin identidad que nos llevan a ser masa.
En caminatas por ciertos barrios de la ciudad uno suele ver casas antiguas, algunas derruidas, otras muy bien plantadas en su señorío pasado. Casas que cargan con mucha historia e identidad y de las que, como en la novela "La Casa" de Mujica Lainez, uno podría pensar que tienen memoria propia y que si, por algún prodigio se les permitiese hablar, nos contarían relatos riquísimos.
Luego aparecen modernos (y no tanto) edificios de departamentos. Vistos de afuera, apenas parecen cajas apiladas, meros contenedores de gente. Y sin embargo, como afirma un amigo que suele tener la razón, no son depósitos de almas y muebles, sino "lugares" en toda la fertilidad del término.
Entonces, como cada vez que voy por la calle, y miro hacia algún balcón, o hacia alguna ventana con la lámpara encendida, recuerdo algo que leí en "La resistencia" de Sábato, y transcribo a continuación:
"No hay otra manera de alcanzar la eternidad que ahondando en el instante, ni otra forma de llegar a la universalidad que a través de la propia circunstancia: el hoy y aquí. Y entonces ¿cómo? Hay que revalorar el pequeño lugar y el poco tiempo en que vivimos, que nada tienen que ver con esos paisajes maravillosos que podemos mirar en la televisión, pero que están sagradamente impregnados de la humanidad de las personas que vivimos en él. Uno dice silla o ventana o reloj, palabras que designan meros objetos, y, sin embargo, de pronto transmitimos algo misterioso e indefinible, algo que es como una clave, como un mensaje inefable de una profunda región de nuestro ser. Decimos silla pero no queremos decir silla, y nos entienden. O por lo menos nos entienden aquéllos a quienes está secretamente destinado el mensaje. Así, aquel par de zuecos, aquella vela, esa silla, no quieren decir ni esos zuecos, ni esa vela macilenta, ni aquella silla de paja, sino Van Gogh, Vincent: su ansiedad, su angustia, su soledad; de modo que son más bien su autorretrato, la descripción de sus ansiedades más profundas y dolorosas. Sirviéndose de objetos de este mundo aparentemente seco que está fuera de nosotros, que acaso estaba antes de nosotros y que muy probablemente nos sobrevivirá. Como si esos objetos fueran temblorosos y transitorios puentes para salvar el abismo que siempre se abre entre uno y el universo, símbolos de aquello profundo y recóndito que reflejan; indiferentes y grises para los que no son capaces de entender la clave, pero cálidos y tensos y llenos de intención secreta para los que la conocen. Porque el hombre hace con los objetos lo mismo que el alma realiza con el cuerpo, impregnándolo de sus anhelos y sentimientos, manifestándose a través de las arrugas carnales, del brillo de los ojos, de las sonrisas y de la comisura de sus labios. Si nos volvemos incapaces de crear un clima de belleza en el pequeño mundo a nuestro alrededor y sólo atendemos a las razones del trabajo, tantas veces deshumanizado y competitivo, ¿cómo podremos resistir?
La presencia del hombre se expresa en el arreglo de una mesa, en unos discos apilados, en un libro, en un juguete. El contacto con cualquier obra humana evoca en nosotros la vida del otro, deja huellas a su paso que nos inclinan a reconocerlo y a encontrarlo. Si vivimos como autómatas seremos ciegos a las huellas que los hombres nos van dejando, como las piedritas que tiraban Hansel y Gretel en la esperanza de ser encontrados. El hombre se expresa para llegar a los demás, para salir del cautiverio de su soledad. Es tal su naturaleza de peregrino que nada colma su deseo de expresarse. Es un gesto inherente a la vida que no hace a la utilidad, que trasciende toda posibilidad funcional.
Los hombres, a su paso, van dejando su vestigio; del mismo modo, al retornar a nuestra casa después de un día de trabajo agobiante, una mesita cualquiera, un par de zapatos gastados, una simple lámpara familiar, son conmovedores símbolos de una costa que ansiamos alcanzar, como náufragos exhaustos que lograran tocar tierra después de una larga lucha contra la tempestad.
(...)
Cuando somos sensibles, cuando nuestros poros no están cubiertos de las implacables capas, la cercanía con la presencia humana nos sacude, nos alienta, comprendemos que es el otro el que siempre nos salva. Y si hemos llegado a la edad que tenemos es porque otros nos han ido salvando la vida, incesantemente.
(...)
Creo en los cafés, en el diálogo, creo en la dignidad de la persona, en la libertad. Siento nostalgia, casi ansiedad de un Infinito, pero humano, a nuestra medida."
De más está decir que comparto con el autor el credo particular que expresan estas últimas frases.
Imagen: Henri Matisse, "Harmonie Jaune"

5 Comments:

At mayo 26, 2006 4:39 p. m., Anonymous Anónimo said...

Claudina ni el propio Sábato podría haber dicho mejor sus palabras, ya que el Matisse y lo que escribiste enriquecen el texto que preceden y transforman a la cita en una rica explicación de tus visiones. Seguí caminando que tus caminatas nos enriquecen.

 
At mayo 26, 2006 5:10 p. m., Blogger Alvaro said...

No se si a ustedes les pasó porque son jóvenes. En varias oportunidades tuve que ordenar y limpiar la casa de un familiar fallecido. El trabajo es terrible por esto que dice Sábato, cada papel, cada cosa está como impregnada de la personalidad del fallecido. Tal es así que al familiar más cercano le resulta imposible hacer este trabajo porque los recuerdos son tan abrumadores que lo paralizan. No hay duda de que dejamos la impronta en los lugares que habitamos y en cada cosa que tocamos.
La experiencia que les cuento es fea pero sirve para valorar lo cotidiano. Después de esta situación te das cuenta que el cepillo de dientes, el sillón, la planta, son como amigos a los que moldeamos y nos sirven lo mejor que pueden. Las cosas dejan de serlo, no es lo mismo una pava en un bazar que mi pava. A mi pava la conozco, se cuando el agua está caliente por el ruido que hace, se como agarrarla para no quemarme o cuanto la puedo inclinar antes de que se caiga la tapa. Así nos sentimos bien en nuestro lugar, no porque seamos los propietarios sino porque estamos entre todos esos amigos inanimados a los que les añadimos algo nuestro.
Este razonamiento que nos impide “comprar usar y tirar” porque eso seria perdernos esta satisfacción de vivir “entre amigos” también se aplica y con mucho mas fuerza a las relaciones de amistad entre las personas, esos que tienen muchos amigos, siempre nuevos, en realidad no tienen ninguno. Los amigos y los afectos se logran con tiempo dedicación, cuidado y sensibilidad.

 
At mayo 26, 2006 5:26 p. m., Blogger Claudina said...

¡Gracias!
Aunque yo creo que Sábato, sin dudas, vino a salvar mi pauperismo al querer expresarme.

 
At mayo 28, 2006 3:47 p. m., Blogger Claudina said...

Coincido con lo que decís, Alvaro. Tanto de los objetos queridos, como de las personas queridas y significativas.
Yo que tengo esa costumbre de poner en un pedestal (en este blog al menos) algunas palabras ricas y con mucho contenido, creo que acabo de encontrar en tu comentario una palabra que, no por repetida en el discurso diario, deja de tener el peso y la significación que se merece: CUIDAR. Lo que cuidamos y a quienes cuidamos, aquello y a quienes dedicamos tiempo o nuestras vidas completas, son sin dudas quienes adquieren cualidades henchidas de sentido y que, como devolución, vuelcan también sentido en nuestras propias vidas.
Y creo no exagerar si digo que algunas "personas-perla" (al decir de Enrique Mariscal), de esas que hacen que quedemos perplejos ante la fortuna de haberlas encontrado, nos dan las razones para vivir y algo muy parecido a la felicidad, si no la felicidad misma.

 
At junio 01, 2006 4:04 a. m., Anonymous Anónimo said...

Me encantaron las palabras de Alvaro, profundas, claras y cargadas de un sentido inigualable. Me recordó al pasaje del principio y el zorro ("El Principito" de Antoine de Saint Exupery) en el cual el primero "domestica" al segundo y le explica lo que significa "crear lazos".

 

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