29 noviembre 2012

Aguafuerte del día 26 de septiembre de 2012

Sin ganas siquiera de pensar en nada, subí al primer subte que llegó (con demora, como siempre) a Primera Junta. No importa la hora, no importa la anticipación, ineluctablemente  lleno. De cualquier manera encontré un hueco conveniente con acceso a un caño. Una mano en éste y la otra en el libro. Me puse a leer para la clase del viernes: “Institucionalización del turismo como política pública en Argentina, siglo XX”. Suena terrible, no lo es. En fin, el viaje transcurrió sin demasiada conciencia del entorno hasta la combinación con Lima, en la que la caminata obligó a cerrar el libro. Puedo decir, comprobado después de varios días de observación empírica, que “Guitarrita” se fue. Gone. N’existe pas. Abandonó el pasillo de la combinación A con C. De vez en cuando está el folklorista. Pero hoy, ni eso. Combinación subterránea sin música ambiental.

Se suceden carteles azules con grandes letras y flechas blancas: SALIDA, a CONSTITUCIÓN, a RETIRO. El C venía milagrosamente con espacio vital aéreo disponible para bien recibir y acomodar al cardumen entre cuyos pescados me incluyo.
En el vagón estaban sentadas dos nenas con su papá, un laburante. Iban a la escuela con sendas imitaciones de muñecas Barbie. Las muñecas iban acomodadas sobre las piernas de las niñitas, en improvisadas camitas o bolsitas de dormir hechas con las bufandas de éstas. Malditas Barbies y sus sucedáneos. Muñecas que imponen ideales de mierda... En fin. Seguramente mi hija tampoco podrá escapar al dispositivo televisivo-escolar-comercial y, contra mi voluntad mas no contra el contexto imperante, tendrá una de estas féminas de proporciones imposibles.

Cruce de Santa Fe a las corridas. Y luego, caminata plácida por la explanada de la plaza y la bajada de Maipú. Ingreso al edificio antropófago. El ascensor demoraba. Opté por la escalera de emergencia. Abrir la puerta y recibir un cachetazo de aire helado fue todo uno. Eso y un ramalazo de olor a maderitas chamuscadas, a una especie de olor a preparativo de asadito, más coherente con un contexto de infancia-campo o de lugar de veraneo que con una obligada ubicación en Maipú y Juncal, en día laborable, a las 8 de la mañana. Nostalgia terrible por asaditos que de cualquier manera jamás como. La nostalgia era más bien por estar en otro tiempo y lugar.

Fichaje, apertura de puerta, encendido de luces de la oficina. Apertura de dos puertas más. La oficina en la que trabajo tiene un pasillo con una sucesión ridícula de puertas que recuerda al pasillo del superagente 86, pero con infinitamente menor onda, claro. Diferencia radical: las puertas no se abren graciosamente a mi paso, tengo que ir eligiendo cada vez una llave y luchar un buen rato con las cerraduras empastadas.

El escritorio. Dictador, maldito, lleno de papeles y pendientes. Tiré a un costado la cartera, el tapado, el pañuelo, las llaves y la tarjeta de fichar. Encendí la radio. Una de Sinatra: “The best is yet to come”.