06 septiembre 2006

Es increíble todo lo que puede entrar en un día

Ayer empezó con un viaje en taxi, intentos de leer algo sobre fascismo que es una clase que tengo que dar en grupo, hoy en la universidad, y el abandono de los apuntes para una conversación con el taxista sobre la triste mutilación de la Plaza Guadalupe (por la que pasamos) a manos del gobierno de la ciudad y quién sabe qué negociados en la licitación. Le quitaron mucho verde, le pavimentaron el alma y es una verdadera pena.
La mañana siguió con la entrada a un edificio donde tenía que ir a buscar algo del trabajo. El ineludible registro en la entrada, el control, la foto, el prontuario que seguramente debe marcar "inocente por ahora", la entrega de la tarjeta magnética. La leí. En relieve, en el plástico, decía HID corporation. Esperando el ascensor para ir al piso 10º tuve un breve, brevísimo pensamiento flash sobre las corporaciones. En un segundo superpuse pensamientos casi sin palabras. Pensamientos que, de tener que escribirlos ahora, me llevarían en su descripción muchos minutos. Lo que demuestra que el pensamiento va a velocidad luz y la palabra a pie. Al menos en mí. Pero en sintesis, viendo el relieve y la tarjeta de la HID Corporation que me permitía el paso a la otra gran corporación donde debía hacer mi trámite, recordé mi tonta candidez al pensar que el mundo era mejor apenas 20 años atrás, sólo porque yo era niña y no conocía su inmundicia. Pero estudiando, leyendo, escuchando, un día uno se levanta y se da cuenta que el mundo fue repartido hace añares y, oh sorpresa, uno ya nació con el mundo repartido y las cartas barajadas... Y que el cambio solo queda en aprontes y buenos deseos y que el futuro sólo consistirá en repeticiones de sí mismo.
Luego el encuentro con Carlos y Esteban, para ir a escuchar a Spinetta. Era lo que más esperé en todo el día. Lo que hizo el día más liviano.
Del recital me impresionó especialmente una canción, "Buenos Aires alma de Piedra". Estoy buscando la letra en Internet pero no la encuentro.
Yo quiero mucho a Buenos Aires, a veces tan maravillosa, a veces tan hostil.
A veces uno se concentra en los aires de Buenos Aires. Otras veces parece como si por debajo del asfalto y las veredas corriera una sangre pesada de brea que, cansada por la "subterraneidad", necesitase subir a escupir su alquitrán por las alcantarillas y las bocas de tormenta.
En los intestinos subterráneos o a flor de piel, en las veredas, guarda historias oscuras, tristezas incontables, crueldades, indiferencias.
¿Qué habrá pasado con los viejos de Esmeralda al 100? Vivían en la entrada de un estacionamiento. Pero tenían algo particular. Tenían una especie de "mobiliario" que marcaba que antes, y no hace tanto, tuvieron una casa. Hasta hace unos días estaban como atrincherados en la entrada de este estacionamiento cerrado. Con sus perros en esta, su "casa" sin paredes, con su desamparo bien cubierto bajo la apariencia de familiaridad e intimidad de un "living", pero al aire. Eso sí, al resguardo de unos cajones de cómoda y algunas otras pertenencias que superaban un poco el habitual menaje de los "sintecho" de esta ciudad.
Hace unos días reabrió el estacionamiento. Ellos seguían allí. No los habían movido. Con Mariana nos planteábamos con curiosidad la supuesta solidaridad de los dueños del estacionamiento.
Ahora la pareja ya no está. El estacionamiento es un negocio, y ellos deben seguir buscando dónde vivir.
Brea, brea, brea...
Pero después, lo bello. El encuentro con quienes uno quiere.
La música, las letras, ver a Carlos disfrutar...
Y en cada canción se deletreaban cosas tan simples pero tan hermosas... Un durazno al que su carozo parte y se desangra bajo el agua. El hipnotismo y la sugestión de los juegos de luces sobre el telón de fondo. El tecladista, que empezó a lo Cage o a lo Shostakovich, tocando muy de vanguardia, y se desgranó en unas notas hermosas al final...
Antes de eso, es decir antes del espectáculo, habíamos caminado desde el café en Avenida de Mayo hasta el corazón de San Telmo, por las calles empedradas. Caminata matizada por la linda curiosidad de Esteban. Por sus preguntas y unas reflexiones que a veces superaban cualquier explicación nuestra. Entramos a la Iglesia de San Ignacio, por esa misma curiosidad inocente. La que lo llevó a plantearse todas las dudas sobre cómo la gente puede aferrarse tanto a ciertas creencias... Eso me movió a pensar que todos sobrevivimos porque nos aferramos a algo. Sólo cambia la forma de la tabla de salvación.
En medio de la brea-brea-brea, el día deparaba matices bellos.
Una suerte.
Imagen: Plaza e Iglesia de Guadalupe

1 Comments:

At septiembre 07, 2006 5:45 p. m., Blogger Alvaro said...

Está buena la idea de la brea que corre por debajo y aflora en distintos puntos. Es bastante certera. Últimamente los afloramientos son tantos que no se puede pasear por Buenos Aires sin mancharse. Esperemos que la toma de conciencia de toda esa brea nos impulse a reparar la situación y no a taparla o llevarla a otra parte .
En relación al escrito propiamente dicho se me ocurre que tal vez haya alguna manera de cambiar el tono de los párrafos para hacerlo más vivo. Siento dulzura en el párrafo que habla de la caminata por San Telmo pero no llego a sentir la bronca que deberías tener cuando te referís a negociados en la plaza Guadalupe o al matrimonio desalojado. No creo que sea fácil, no se si se puede, pero sería lindo poder lograr que el párrafo refleje los sentimientos que uno tiene cuando lo escribe. ¿será posible?

 

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