21 julio 2006

Este fue mi ayer, tovarich

Ayer fue otra tarde de concierto para levantar el ánimo.

Ya a eso de las 5 me sentía sin ganas de volver a casa (tampoco de quedarme en el laburo, claro). Era una especie de réplica del síndrome de domingo pero en tarde de jueves. Un no saber adónde tirar mi humanidad.

Para colmo, ese mensaje en el contestador...
Entonces tomé unos CDs y a escucharlos, uno tras otro.
Antes de eso, había estado contribuyendo a crear un ambiente "gris topo" por la lectura de Dostoievski.
El miércoles, caminando desde el trabajo, entré en la librería que está frente a la iglesia del Salvador y me compré "El señor Projarchin" y otros relatos por $ 8.-
Ayer me di cuenta en qué reside parte de mi fascinación por Dostoievski. Lo leo, en parte como dije, para encontrar coincidencias entre sus personajes y yo. Para encontrar(me en) la descripción de sus manías, sus temores, sus defectos, sus debilidades.
Hoy leí unas cuantas páginas. Pero con Dostoievski me sucede que debo parar un rato por la confusión que trae a veces ese corso en contramano de apellidos rusos que marean al más pintado.
Porque el personaje principal es el Sr. Projarchin, pero resulta que de a momentos lo llama Semión Ivánovich. El nombre completo sería Semión Ivánovich Projarchin. Y la casera es Ustinia Fiodórovna. Y hasta ahí vamos bien, hasta que entran en danza Mark Ivánovich (mismo apellido que Semión, que también se llama Projarchin y viene a ser el héroe de la historieta pero no tiene parentesco alguno con Mark). Luego un tal Prepolovienko más un Prokófich (entonces me acuerdo de Prokófiev, el músico, por eufonía nomás). Pero attenti, que mas adelante entra en escena, sólo por mención, una Fevronia Prokofievna, que menos mal que es mujer para distinguirla del músico -de quien por apellido podría ser pariente- y de Prokófich, la contrafigura del pobre Projarchin.
Luego aparecen por ahí un tal Demid Vasilievich, una locación llamada Pieski (pero ¿cómo? ¿no estaban en Petersburgo?), un Sudvin, un Remniov, y ya estás rogando que como por arte de magia aparezca un Pérez o un García, cuando a la galería de personajes se agrega uno más bajo el nombre de Porfirii Grigórievich, más un Zimoveikin que parece que le arrastra el ala a la Ustinia Fiodórovna. Y agradezcamos que nuestro héroe Projarchin tiene una cuñada a la que Dostoievski llama simplemente "la cuñada" y no Natasha Petrovna o nombre similar, como para no agregar confusión a este verdadero panteón ruso.
En estas disquisiciones andaba cuando corté y comencé el "concerto" en mi grabador Sony.
Con la música y con el correr del tiempo, recordé nuevamente pasajes de la caminata del día anterior por Callao: Ví a un hombre que ya había individualizado otra vez en la misma vereda, más o menos a la misma hora. Un hombre que se mete a mirar cualquier vidriera, como en un ejercicio de prolongar o retardar la llegada a su casa.
Sí, es el mismo que ví hace cosa de un mes o quién sabe cuánto, haciendo lo mismo: caminando, parando en seco, volviéndose, mirando una vidriera, otra... Justo entró en la librería cuando yo salía. Tengo una condenada memoria fisonomista, por eso lo reconocí, por su aspecto y actitud titubeante.
Seguí caminando despacio y en el café Filippo de Callao y Santa Fe, me llamó la atención una chica, embarazada, sentada en una silla sin mesa, afuera, en la vereda (más precisamente en la ochava), con las piernas juntas, los pies también juntos en el suelo y las manos sobre una carterita. En actitud de estar esperando a alguien. Se ve que los del bar la dejaron sentarse ahí, sin consumir, por su estado.
¿A quién estaría esperando?
Luego me metí en la locura de Avenida Santa Fe.
Con esto de la víspera del día del amigo aquello era francamente un desquicio.
En la oficina habíamos sacado papelitos para que cada uno le hiciese un presente a otro. A mí me tocó Mariana. Le compré unas medias a rayas.
Luego me sentí cansada y tomé un colectivo.
Había caminado y visto bastante.