03 julio 2006

Flash back


Con modorra tomé el colectivo. Aprovechando que no tengo que estudiar ni leer para la facultad pues entré en vacaciones, quise probar si conseguía asiento y podía tomar mis postergadas lecturas personales (libros que no tienen nada que ver con la universidad, y que aprovecho a retomar entre cuatrimestres).
Sí conseguí asiento, contra la ventanilla. Lo cual es bueno y malo a la vez. Bueno, pues da luz para leer. Malo, por el magnetismo que tiene la ventanilla sobre mí.
La cuestión es que apenas leí cuatro páginas del libro y, entre párrafos, me dediqué a lo de siempre, a ventanillear.
Es raro cómo a veces lo más insignificante y cotidiano cobra un sentido distinto según el mood que uno tiene en determinados días o momentos. Hoy, no sé por qué, me gustó ver cómo entraban al colegio unos chicos, acompañados de sus padres. Hacer una observación empírica para verificar el grado de entusiasmo de cada uno según el ritmo con que se acercan a la entrada. Algunos corriendo, porque ven adentro a algún amigo, otros arrastrando los pies y 5 metros atrás de la madre o padre, que se da vuelta de a ratos como para verificar que no ha perdido al hijo en el camino.
Sigo. El colectivo me dejó en Maipú y Lavalle. Caminé por ésta, como quien se acerca a Esmeralda, pero viré a la izquierda y me metí en la galería Corrientes Angosta, para cruzar de Lavalle a Corrientes. Era tan temprano que tuve que esperar a que el encargado terminase de levantar la reja mecánica. Miré las vidrieras de las disquerías, la de un lugar que vende "las verdaderas y más grandes salchichas alemanas", y las atiborradas vitrinas de Mondo Macabro, cuyos carteles anuncian que allí venden tanto porno nacional, como películas de horror, zombies y vampiros. Al lado de tanto gótico y oscuridad, juguetes: una rana René enorme, muñequitos varios, autitos, llaveros. Todo muy naïf. Y sólo a centímetros de las películas XXX.
Salgo por Corrientes, nueva maniobra para abrir una puertita, aún cerrada, de esa salida. Me encontré en la vereda y, de golpe, sentí un ramalazo de olor a cuero. No duró ni dos segundos. Pero fue suficiente para recordarme exactamente el olor a cuero de mi portafolios de segundo grado. Las mochilas empezaron a usarse después. Creo que yo tuve una como en cuarto grado. Pero en los primeros años tenía este portafolios con ese exacto olor que sentí en Corrientes, tan temprano en la mañana. El olor desapareció instantáneamente, desaparición y olvido a los que contribuyó un hombre que pasaba con su cigarrillo y su humo.
Nostalgia. Más.
Ésta no fue tan grave. Aunque a la noche reverdeció.
De repente me encontré lavando unos trastos que me había encargado de ensuciar y acumular (en ese estado: sucios) en la pileta de la cocina durante el fin de semana. Y mientras lavaba recordé el tango "Los mareados".
Me retrotrajo a mañanas de sol escuchando música en la casa de la calle Independencia, en mi pueblo (parece que desde hace décadas lo declararon ciudad, por la cantidad de habitantes, pero para mí siempre será un pueblo). Mi abuela y mi mamá yendo y viniendo, haciendo cosas de la casa. Yo sentada. Terminando los deberes de la escuela, alternativamente pensando y "colgándome" de la letra que sonaba con buen volumen.
No recuerdo exactamente qué me parecía. Apenas si recuerdo cierta curiosidad por esa inexorable separación de los protagonistas. Creo que, infantil, pensaba en cómo el asunto podía ser tan inevitable, cómo era posible que fuese tan grave.
Yo todavía estaba en la etapa de despreocupación total que precedió a mis 11 años. Y no entendía del todo la nostalgia. Con esa edad no hay mucho que añorar.
Un momento después recordé a mi profesora de Literatura del secundario, Clarinda Tarditti.
Un día, no recuerdo si hablando de las coplas de Manrique o de qué, le dio por discurrir sobre la nostalgia y la melancolía.
Yo estaba mirando hacia abajo o hacia la ventana. Es decir, hacia cualquier lado excepto hacia la misma profesora.
En eso dice algo así como: "Lo que es llamativo es cómo, últimamente, la nostalgia impregna especialmente a los jóvenes."
Levanté la vista.
Y levanté la mano, estúpidamente, diciendo que yo había escrito algo sobre el tema. Me preguntó si quería leerlo. (Para entonces yo compraba cada año unas grandes agendas. Y día a día las llenaba con mis tonterías, escritos, dibujos, papeles de golosinas, efemérides...)
Saqué la agenda de la mochila.
No recuerdo bien qué fue lo que leí. O, más bien, sí recuerdo qué leí. No recuerdo exactamente qué palabras incluía. Me acuerdo patente, sin embargo, que el texto estaba sobre un esfumado de colores azules y violetas, logrado "rallando" con un cuchillito o una gillette las minas de lápices de colores y pintando con el dedo.
Y también recuerdo solamente la frase final: "Eso es la nostalgia. Y yo la llevo muy adentro." (A los 16. ¡Una tonta!) Se ve que añoraba paraísos perdidos que nunca en realidad habían estado en mi haber.
La lectura fue dificultosa pues, apenas empecé a leer el párrafo, me di cuenta que no tenía por qué hacerlo delante de la clase. Fue de las típicas ocasiones en las que la boca es más rápida que el cerebro y, de buenas a primeras, uno se ve en un brete, en algo que sólo puede avergonzarlo. O hacerle sentir que es inútil compartirlo.
Además el escrito era reciente, y todavía me movilizaba, me entristecía, me cerraba la garganta.
La Tarditti dijo algo al final de mis diez renglones. Algo que me indicó que tomó mi tonta y corajuda lectura con cierta seriedad.
Al final sentí que, en algo al menos, su actitud no censora redimía el mal momento. Ese momento, esos segundos en que me arrepentí tanto de haber abierto la boca.
No me voy a olvidar de esa cara plácida, de provincia (aunque en realidad no sé si era del interior; es más, creo que no). Pero no importa. Me dio algo de calidez.

4 Comments:

At julio 05, 2006 11:10 a. m., Blogger Alvaro said...

Muy bueno lo que escribiste, me emocioné.
Creo que a los 16 ya podés añorar, ¿te habrías dado cuenta de que hay muchas fantasias de la niñez que son solo eso?, ¿se te habría caido un ídolo?. Lo bueno es que ya lo podias escribir, la Tarditti debe haber quedado impresionada.

 
At julio 05, 2006 5:16 p. m., Blogger Claudina said...

Gracias por lo que decís, Alvaro.
Sin duda a los 16 ya tenía una cierta melancolía, una especie de humedad en el alma... nada grave... momentos. Incluso un par de años antes también. No creo que la nostalgia o las añoranzas sean malas... al contrario. Y como bien decís, a veces es importante encontrarles la salida en algo que les dé sentido. Y en eso ayuda la escritura. Aún cuando, como en mi caso, se trate de una pobre escritura. Ayuda igual.

 
At julio 06, 2006 11:01 a. m., Anonymous Anónimo said...

Clau: dos pensamientos 1)a mi Pilar ya no me resulta el pueblo que era y es allí donde la nostalgia roza mis entrañas. Cada vez que voy intento encontrar las huellas que mantienen vivas mis recuerdos pero aparentemente el paso de otros y de los "no lugares" las han enterrado.-
2) Como olvidar a "la Tarditti": pequeña, flacucha, a mi criterio con cara de Bernarda Alba, pero extremadamente leída y culta. Yo no me sentiría avergonzada por ese acontecimiento donde expusiste a toda la clase tus pensamientos plasmados en papel. Si te hace sentir mejor, yo no recuerdo aquel acontecimiento y vos sabes que soy de tener buena memoria (¿quizás habría faltado a clase?). Yo tuve uno igual, pero con la profesora de matemáticas de segundo o tercer año. No recuerdo el nombre pero si su descripción: joven, obesa y con pelo largo desprolijamente atado en una colita. No estoy muy segura de como los polinomios condujeron a la escritura, pero terminé leyendo ante la clase dos escritos mios de dos páginas cada uno cargados de mucha nostalgia, pérdida y muerte sobre el final. En tal oportunidad dicha desnudez de alma me valió una conversación pos lectura con esa profesora que se quedó muy preocupada por el contenido de esos escritos. Todavía los conservo, y los siento de la misma forma que a mis 15 años. Bueno, no por nada nos eligieron a ambas, junto con Florencia Gaido, para escribir un cuento y someterlo a competencia con los de otros cursos (a propósito, ganamos!!!). Lástima no haber conservado una copia de ese cuento. De todas formas mi aporte literario, entre otros, me quedó grabado. Al final, mato al pájaro, protagonista principal de la historia, clavándole una espina en su corazón. Vos y Florencia no estaban de acuerdo, pero en esa oportunidad gané la pulseada.

 
At julio 06, 2006 12:19 p. m., Blogger Claudina said...

Mari,
La verdad yo a Bernarda Alba la tenía in mente como fortachona y de gran carácter. No se me hubiera ocurrido semejanza con la Tarditti! Eso demuestra, como dicen algunos autores, que el libro no lo termina el escritor, sino el lector, con lo que agrega de su propia imaginación.
Respecto a la profesora de Matemática, no recuerdo el nombre, pero sí que le decíamos todas: "la Cota". No Además tenía un bolso marca "Dakota" y entoces el asunto quedaba muy eufónico. Lo que sí me llama la atención es que entre medio de polinomios haya dejado una grieta para escritos. No recordaba ese episodio, pero sí a medida que relatás, recuerdo que era muy correcta (quizá hasta "demasiado") y a pesar de ser jovencísima, tenía esa tendencia a preocuparse por las personas y con disposición a charlar con quien tuviese un problema.
Respecto al cuento con Florencia y vos, no lo recordaba. Ahora sí, a raiz de tu anécdota. No recordaba que se hubiese ganado el concurso... Si subimos a recibir algún galardón o estatuilla debimos haber dicho "Gracias Oscar Wilde", en las palabras de agradecimiento, ¿no? jaja
Nena, qué memoria tenés... Prodigiosa. Yo en cambio, que siempre tuve una muy buena, advierto que la tengo cada vez más fragmentada, y encima con muchos trozos perdidos irremediablemente, a menos que alguien con un comentario o con un olor especial o una música, me los actualice.
Te mando un beso enorme!

 

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