07 agosto 2006

Tabaquería, de Fernando Pessoa

No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte eso, tengo en mí todos los sueños del mundo.

Ventanas de mi cuarto,
de mi cuarto de uno de los millones del mundo que nadie sabe quién es
(y si supiesen quién es, ¿qué sabrían?),
dais al misterio de una calle cruzada constantemente por gente,
a una calle inaccesible a todos los pensamientos, (...)

Estoy hoy vencido, como si supiese la verdad.
Estoy hoy lúcido, como si fuese a morirme, (...)
Estoy hoy perplejo como quien pensó y encontró y olvidó.
Estoy hoy dividido entre la lealtad que le debo
a la Tabaquería del otro lado de la calle, como cosa real por fuera,
y a la sensación de que todo es sueño, como cosa real por dentro.
Fallé en todo.

Como no me hice propósito alguno, tal vez todo fuese nada.
Del aprendizaje que me dieron,
me descolgué por la ventana de detrás de la casa.
Fui hasta el campo con grandes propósitos.
Pero allí encontré sólo yerbas y árboles,
y cuando había gente era igual que la otra.
Salgo de la ventana, me siento en una silla. ¿En qué he de pensar?
¿Qué sé yo de lo que seré, yo que no sé lo que soy?
¿Ser lo que pienso? ¡Pero pienso ser tantas cosas!
¡Y hay tantos que piensan que son lo mismo que no puede haber tantos!
¿Genio? En este momento
cien mil cerebros se conciben en sueños genios como yo,
y la historia no destacará ¿quién sabe?, ni uno solo,
ni quedará sino estiércol de tantas conquistas futuras.
No, no creo en mí.
¡En todos los manicomios hay locos chalados con tantas certezas!
Yo, que no tengo ninguna certeza, ¿soy más cierto o menos cierto?
No, ni en mí...
¿En cuántas buhardillas y no buhardillas del mundo
no estarán a esta hora genios-para-sí-mismos soñando?
¿Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas-
sí, verdaderamente altas y nobles y lúcidas-,
y quien sabe si realizables,
nunca verán la luz del sol real ni encontrarán oídos de gente?
El mundo es para quien nace para conquistarlo
y no para quien sueña que puede conquistarlo, aunque tenga razón.
(...)
Pero soy, y tal vez seré siempre, el de la buhardilla,
aunque no viva en ella;
seré siempre el que no nació para eso;
seré siempre sólo el que tenía cualidades;
seré siempre el que esperó que le abriesen la puerta junto a una pared sin puerta,
y cantó la canción del Infinito en un gallinero,
y oyó la voz de Dios en un pozo tapado.
¿Creer en mí? No, ni en nada.
(...)
Esclavos cardíacos de las estrellas,
conquistamos todo el mundo antes de levantarnos de la cama;
pero despertamos y él es opaco,
nos levantamos y él es ajeno,
salimos de casa y él es la tierra entera,
más el sistema solar y la Vía Láctea y lo Indefinido.
(...)
Mi corazón es un cubo vaciado.
Como los que invocan espíritus me invoco
a mí mismo y no encuentro nada.
Me asomo a la ventana y veo la calle con una nitidez absoluta.
Veo las tiendas, veo las aceras, veo los coches que pasan,
veo los entes vivos vestidos que se cruzan,
veo los perros que también existen,
y todo esto me pesa como una condena al destierro,
y todo esto es extranjero, como todo.
(...)
Hice de mí lo que no supe,
y lo que podía hacer de mí no lo hice.
El dominó que vestí estaba equivocado.
Me conocieron en seguida por quien no era y no lo desmentí, y me perdí.
(...)
Tiré la mascara y dormí en el vestuario
como un perro tolerado por la administración
por ser inofensivo
y voy a escribir esta historia para probar que soy sublime.
(...)
Pero el Dueño de la Tabaquería se asomó a la puerta y se quedó a la puerta.
Lo miró con la incomodidad de la cabeza mal vuelta
y con el desconsuelo del alma mal-entendiendo.
Él morirá y yo moriré.
Él dejará el letrero, yo dejaré versos.
En determinado momento morirá el letrero también, y los versos también.
Después de determinado momento morirá la calle en donde estuvo el letrero,
y la lengua en la que fueron escritos los versos.
Morirá después el planeta girante en que todo esto pasó.
(...)
El hombre salió de la Tabaquería (¿metiendo el cambio en el bolsillo de los pantalones?).
Ah, lo conozco: es el Esteves sin metafísica.
(El Dueño de la Tabaquería se asomó a la puerta.)
Como por un instinto divino el Esteves se volvió y me vio.
Me hizo señas de adiós, le grité: ¡Adiós, Esteves!, y el universo
se me reconstruyó sin ideal ni esperanza, y el dueño de la tabaquería sonrió.