10 octubre 2006

Ausencia y días con detalles que fueron todo

Hace mucho que no escribo nada. Ya ni siquiera sé si habrá alguien del otro lado leyendo esto.
La verdad es que en este tiempo he tenido un ánimo intermitente... y si bien se me han ocurrido cosas para postear, lo cierto es que al día o al momento siguiente pensaba que no valían la pena ser escritas, cometiendo así el error capital que señalan como escollo a evitar en cualquier curso de escritura que se precie: no ejercer la (auto) censura previa.
Estoy con una abulia impresionante. Y no hay brebaje homeopático que me la quite.
El lunes tuve un día especialmente gris. Noticias terriblemente tristes y, menos grave pero no por ello menos "coadyuvante", cierta chatura en las tareas de todos los días, la perspectiva de correr la coneja quién sabe cuántos días por este pago a cuenta gotas que están haciendo en el laburo...
Salí casi a horario del trabajo. Fui a cambiar unas zapatillas que me quedaban chicas. Caminé por Florida y ahí estaban: el grupo Pollerapantalón. Dos minas (saxo) y tres flacos (bajo, guitarra y batería) que tocan una música que le levanta el ánimo a cualquiera.
El fin de semana había sido especial. Con ratos al sol en la plaza, caminatas lindísimas sin destino pero con hermosa compañía. Redescubrí los paraísos. Árboles que me recuerdan a mi infancia y al colegio, cuyo parque estaba plagado de sus florcitas violáceas. Es increíble el aroma que desprenden y que envuelve al paseante que por estos días se largue a caminar por las calles de Palermo.
Si tengo que hablar de olores y fragancias, el martes me sorprendió otro aroma familiar. Al llegar a mi casa, y mientras abría la puerta del departamento, del "B" salió una emanación de olor a tostadas de pan francés. Me acordé otra vez de la casa de mi niñez. De mi abuela haciéndonos pan con manteca y con azúcar arriba para que nos resultara más rico a mi hermano y a mí. Esas tostadas de la señora del "B" a mi llegada me hicieron participar, al menos por un momento, de un regreso casi familiar.
A la noche vi en la TV (Canal 7, debo ser el único especimen que mira canal 7) una parodia de Fernando Peña sobre una directora de escuela a la que comparaba con una lengua a la vinagreta. No quiero ser maliciosa, pero el personaje estaba tan logrado que me recordó mis días de primaria, con la directora y la subdirectora, sumadas a la actividad censora de la terrible maestra de música, la "señorita" Inés. A lo largo de mis años de colegio supe de historias de súbitas descomposturas de estómago casualmente los días martes, en chicos perfectamente sanos que no querían enfrentar a la temible maestra. Un día le dio por descubrir quién pronunciaba "imista" en el verso de Aurora "el áureo rostro imita". Yo juro que lo cantaba bien, pero a la muy chota le dio por pensar que era yo quien decía imiSta. ¿Cómo podía saberlo, si nos hacía cantar los versos a 70 monas al mismo tiempo?... "Es Usteeeed, es usteeeeed" me decía la malvada apuntándome con el dedo, con esa manera antinatural y militaroide, que nunca entendí, de tratar de usted a los párvulos y post-párvulos. Otra cosa que recuerdo es que siempre me retaba por no tener los zapatos lustrados y por tener las uñas sucias. Decía "No son uñas de señorita". La muy perversa nos revisaba las uñas después del recreo. Era bastante obvio que después del juego las tendríamos sucias... en fin... mal recuerdo...
Algo bueno en este balance octubrero que va de sábado a jueves, fue el llamado sorpresa de mi amiga Susana. Esta Susana es genial. Yo estaba imbuida en un flujo denso de papeles, cuentitas contables, facturas y otras menudencias y cochambres propias de oficina, cuando su llamado por suerte me sacó de la inmundicia de escritorio para traerme otros aires, y hablar en un recreo de unos minutos, de cosas bellas como "La Mer" de Debussy y de un director de orquesta que no conocía llamado Esa-Pekka Salonen. Entonces recordé que, hace unos meses, cuando estaba interesada en las estampas japonesas a propósito de su influencia en los impresionistas, ví un programa en AE Mundo o Film&Arts (no recuerdo) en el que decían que justamente Debussy se había inspirado en "La Gran Ola" de Okusai para su poema sinfónico "La Mer". Luego de este aire, he de decir que regresé al opiante panorama de mi escritorio con mejor ánimo. Un súbito entusiasmo que se acrecentaba a medida que se acercaba la hora de salir de la oficina.
En este caleidoscopio de imágenes que viví en estos últimos días también entra el préstamo de "Rayuela" a Mariana, que venía pidiéndome el libro hace rato para sus lecturas de tren. Yo acostumbro marcar frases y párrafos en lápiz y hete aquí que le llamó la atención una frase que transcribí en lápiz a la primera hoja (blanca) del libro: "Sabía que sin fe no ocurre nada de lo que debería ocurrir. Y con fe casi siempre tampoco." Una frase cierta pero poco adecuada para ciertos momentos de vida. Yo la copié en su momento, hace años, cuando me impresionó hondo quién sabe por qué.
Igualmente la misma que se encandiló con la frase y necesitó copiarla adelante, es la que ayer en Corrientes y Florida compró un billete de la Lotería Solidaria. Ando corta de guita y me llamó la atención el 11573. Lo vi a 10 metros y me pareció que me llamaba. Lo pensé, pero me decanté por comprarlo. Era solo $ 1.- Y la vendedora me deseó suerte de una manera que me hizo abrigar la esperanza de ganar algo. Para qué voy a contarles que ni siquiera salvé el billete con la terminación. Salió el 90078. Pero en fin... yo creo que sí sirven la fe y la esperanza, en dosis estrictamente medidas para no delirar. Pero sirven. Sostienen. ¡Qué importa que no sean duraderas!
Cuando le conté al Flaco, al llegar a casa y mientras me lavaba las manos, el episodio de la frasecita, abrió grandes los ojos y creyó entrever que la frase marcaba perfectamente que las cosas no se consiguen con fe sino con acción. Cierto, en parte. La esperanza también da su empujoncito. Yo me he dado cuenta que en esta abulia intermitente pero recurrente que me voltea últimamente, es el también intermitente entusiasmo el que me hace obrar lo poco que finalmente obro.
Tampoco creo en ese heroísmo olímpico de caerse y levantarse como un resorte, con la frente alta y siguiendo adelante contra viento y marea. Seguramente habrá gente que lo haga. También hay gente que expedicionó a la Antártida y cuyo lema era "fortitudine vincimus" como Shackleton. Qué bueno que existe esa gente. Los felicito. Equilibran el universo y contrarrestan a gente como yo, de gelatinosa existencia y cansado ánimo... Qué zen estoy, con estas ideas de equilibrio de fuerzas y energías.
A propósito, otro hecho de estos días, el libro de Lovecraft que me trajo el Flaco anoche: "En las montañas de la locura." Justamente sobre una expedición a la Antártida.
A favor de mi persona, y para paliar tanta imagen de gato cansado tirado en un sillón al sol, diré que lo empecé a leer con intriga. Y otra a favor, para combatir el desgano y la apatía mental que reinan hoy en mí es el curso que empiezo hoy, también con la gratísima compañía del Flaco, sobre los griegos y La Verdad Frágil... Me conozco. Seguramente postearé comentarios e impresiones de estas charlas. Así que para qué abundar ahora en detalles.
Lo cierto es que aprovecharé los súbitos raptos y vientos de entusiasmo que soplan en las velas de mi barco, que últimamente no ha hecho más que girar en redondo.
Veremos a dónde me lleva la corriente y qué nos trae la marea.