01 enero 2006

Postal porteña


Hace poco tiempo, y después de buscar mucho, llegó finalmente el ansiado cambio de trabajo. No estoy haciendo lo que quiero. Para nada. Pero gané mucho en tranquilidad y menos presión. Sin embargo hay algo que extraño y que acontecía durante esos minutos adicionales en el recorrido del colectivo que me llevaba al laburo anterior. Un apéndice extirpado del viaje, que ahora no hago porque la oficina actual es más céntrica.
De cualquier modo, aunque hubiese continuado en el trabajo anterior, ya en los últimos meses el 111 había cambiado ese rulo que hacía al final en San Telmo, a saber: subía por Venezuela, retrocedía por Defensa para bajar finalmente por Belgrano hasta Moreau de Justo. Ya en los últimos tiempos le daba derecho por Paseo Colón hasta Chile y ahí bajaba directamente a M. de Justo. Sin rulo ni cuadras extra. Lo que para muchos podía ser una ganancia en tiempo, para mí resultaba verdaderamente una pena, porque tenía un ritual matutino al pasar por Santo Domingo, en la esquina de Defensa y Belgrano.
Lo que sigue es de un email escrito el 7/7/05, cuando el colectivo todavía daba esa vuelta.
Es un placer el viaje en colectivo desde casa al trabajo (lástima que luego viene el trabajo... ¡nada es perfecto!)
Me encanta mi ritual de las mañanas... tomar el desayuno, escuchar la radio (excepto noticias como las de hoy)... encuentro un bienestar que a otros le resultaría tonto... me encanta caminar las tres cuadras de la mañana, hasta la parada del 111 sobre Avenida Santa Fe, respirando el aire helado y sorteando a los porteros de los edificios que a esa hora están limpiando las veredas y tirando agua por todos lados.
Por suerte estoy consiguiendo sentarme en el colectivo... y vieras cómo disfruto los 45 minutos de viaje, "ventanilleando" la vida... imaginándome cosas sobre la gente que veo... El viaje es siempre igual, es decir, siempre por las mismas calles, el mismo recorrido... pero siempre distinto.. de hecho, me cuesta concentrarme y leer porque la ventanilla puede más. Siempre, siempre veo algo que nunca había visto antes... una gárgola, una ventana, un balcón... todo llama la atención.
Alterno con párrafos de Sartre, o algún artículo interesante... me asombro con mis premoniciones.. adoro una vuelta "al cuete" que da el colectivo por una cuestión de sentido de calles, rodeando una manzana y, como quien dice, volviendo hacia atrás para retomar la última avenida antes de llegar....
En la vueltita a esa manzana siempre miro el mausoleo de Belgrano, que era tan honesto y murió tan pobre que su primera lápida fue el mármol de una vieja cómoda de la casa de alguien.
Su mausoleo actual está en el convento de los dominicos... yo estoy bastante anticlerical últimamente... pero ese lugar, en medio del centro histórico de San Telmo, es mágico... con el miniclaustro lleno de enredaderas y flores...
La cuestión es que hay una estatua sedente de un escriba. Debe medir como 2 metros o más... el personaje está sentado y cruzado de piernas... siempre, pero siempre, no importa en qué lugar del colectivo esté sentada, le miro el pie a esa estatua. Es especialmente hermoso cuando llueve y el bronce entre verde y azulado brilla por estar mojado...
Después la magia se rompe... llego a la oficina.
(...) Tengo mucha sed de presencias, aunque no de cualquier presencia... en los casi dos años de vida solitaria aprendí a querer el silencio. Como dice el cuento de unos viejos en Castilla: "que nadie hable si no es para mejorar el silencio".
(...) También este colectivo pasa por la Plaza de Mayo, lugar donde a esa hora de la mañana el sol da de tal manera en las ventanillas del colectivo, que a veces el resplandor obliga a cerrar los ojos (como una prolongación de las modorras de la mañana)

2 Comments:

At enero 03, 2006 12:18 p. m., Blogger Alvaro said...

Está muy bueno lo que decís. Disfrutar del "mientras tanto" es saber vivir. Ser feliz es no esperar los grandes acontecimientos sino pasarla bien con las cosas chicas que te pasan todos los dias.

 
At enero 03, 2006 6:28 p. m., Blogger Claudina said...

Tal cual, Álvaro. Tu comentario sobre la felicidad -que no precisamente se presenta con grandes acontecimientos- me recordó un pasaje de La Tregua, donde Avellaneda habla sobre una gruta de aguas azules que en las que los visitantes se desilusionaban, pues esperaban grandes maravillas, mientras que el prodigio consistía en meter las manos en el agua y verlas levemente azules. Hay otro libro interesante, de un escritor de los pagos del Sur de Buenos Aires (Cnel. Pringles o por ahí), llamado Pontaut que dice: "A la vida hay que saberla ventanillear. Los ojos del indiferente deslucen cualquier cosa."
Gracias por tu mensaje.
¡Saludos!

Claudina

 

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