07 enero 2006

Moderna Alegoría de la Caverna...


Salió en Página/12, suplemento Psicología del 22-05-2003.
Lo guardo desde que lo leí por primera vez. Me pareció entonces y me parece ahora, una historia impresionante. En aquél momento me vino a la mente la comparación con el mito de la caverna de Platón. Pero sobre todo me dio por pensar que, sin sufrir ceguera y luego recuperar la vista, cualquier persona en estado depresivo puede atravesar por la misma aversión al mundo, por la misma impotencia ante el deterioro... También, sin sufrir necesariamente de depresión, cuántas veces cualquiera de nosotros prefiere la "imagen" a la "realidad". La historia da para mucho, pero en este minuto mi cabeza no da para más. Por eso, los dejo con el texto:

UN CASO DE DEPRESION LUEGO DE UNA INTERVENCION QUIRURGICA REPARADORA - El ciego que prefirió no recuperar la vista
Por André Green *
Aquí referiré la historia de un zapatero ciego desde los diez meses de vida, de clase media baja, que apreciaba su oficio y que lo ejercía con total eficacia a pesar de su ambliopía. El no había perdido nunca la esperanza de que los progresos de la ciencia le permitieran recuperar la vista algún día y durante treinta años realizó consultas regulares para reclamar una operación con este fin (implante de córnea). Por otra parte, tenía un carácter confiado, abierto y alegre. Luego de que muchos de sus pedidos hubieron sido rechazados en razón de lo aleatorio del resultado, a la edad de 52 años se lo consideró operable. Examinado cuarenta y ocho días después de la operación, ya podemos asombrarnos de que el deseo de ver, finalmente realizado, no le provocara ninguna sorpresa ante el descubrimiento del mundo. Comprendemos más fácilmente que la recuperación de la vista no le impidiese mantener las modalidades subsistentes de su universo de ciego. Instado a reproducir los objetos mediante el dibujo, él no pudo representar gráficamente de modo correcto más que las partes que eran accesibles a su tacto de no vidente. La adquisición de nuevas aptitudes ligadas a la vista exigía la transferencia de experiencias vinculadas al tacto. No consiguió aprender a leer. Durante seis semanas vivió en la euforia, pero rápidamente su humor cambió. Se ensombreció, dejó de gustarle el aspecto de su mujer, a la que le desagradaba mirar, no más de lo que le desagradaba ver su propio rostro. Terminó por reconocer que el mundo le resultaba decepcionante, diferente de como lo imaginaba. Notaba todos los detalles que testimoniaban imperfecciones y degradaciones, le tenía fobia a la suciedad. Parecía preocupado cuando caía el sol. O peor aún, mientras que él se había acostumbrado a sus tareas siendo ciego, al ver fue incapaz de llevar a cabo las acciones habituales, sintiéndose un inválido con respecto a los que veían. Durante la noche en su casa, se sentaba frente a un gran espejo dando la espalda a sus amigos. Progresivamente se instaló una depresión, y dos años y medio después de la operación murió. Los cirujanos pensaron retrospectivamente que el implante de córnea había sido un error. (...)Queda el enigma de esta fascinación por los espejos, cuando la visión (de sí mismo) que ellos devuelven es desagradable; el espectáculo del mundo sólo es tolerable si se le da la espalda y se recibe el reflejo de su imagen y, de esta manera, la visión del espejo, lejos de aumentar la información, busca la posibilidad de apartarse de lo real.
* Publicado en la Revista de la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires (APdeBA), Vol. XXII, Nº 1, integrando el artículo “La muerte en los ojos. Un ciego congénito recupera la vista”.

1 Comments:

At enero 11, 2006 2:55 p. m., Anonymous Anónimo said...

Imposible no referenciar la Alegoría de la Caverna de Platón. El relato me provocó una mezcla de temor (por la mentira en la que uno voluntariamente puede llegar a construirse para vivir) y tristeza (por la inconformidad del ser humano que disfrazamos de esperanzas de cambio, muchas veces frustradas). También me recordó que tengo pendiente la lectura de "Ensayo sobre la ceguera" de Saramago. Sol

 

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